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La Música del Porno

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    237
  • 23 feb 2018
  • 2 Min. de lectura

Recuerdo la primera película porno que vi, estábamos unos siete pubertos reunidos en un cuarto obscuro con el preciado cassette VHS que el hermano mayor de uno de mis amigos había comprado, también recuerdo que había todo lo necesario para limpiar nuestras mini eyaculaciones , así como mantas y cobijas para no compartir el tamaño de nuestros penes.

René, el dueño de la casa, apaga la luz, revisa que la puerta este con cerrojo y coloca el VHS en el reproductor. Enciende la tele y lo primero que veo es un hombre con una bata de baño que baja las escaleras de una gran mansión y se dispone a colocarle bronceador a una de dos chicas que lo esperan en la piscina. Noto que toda esa escena está musicalizada por una cama de saxofones, bajo electico rítmico, guitarras tipo funk y una batería suave. La escena continúa cuando él se dispone a colocarle el bronceador a una de las señoritas de cuerpos delgados. La otra, la que no está siendo rellenada de bronceador incita al caballero quitándose el sostén para que este le tome en cuenta, y se disponga a atenderla solo a ella, de esta manera se comienza la disputa por la atención del caballero y la magia del porno se activa.

Mientras tanto en la habitación notaba como todas las mantillas y cobijas se movían, nuestras ojos se mantenían atentos a los movimientos pélvicos y los gemidos de las chicas, pero yo me encontraba intranquilo por la música, me parecía que en definitiva no tenía relación alguna con la escena, no era narrativa, tampoco era música magistralmente interpretada, tampoco era divertida ni propositiva, no tenía una función aparente más que suavizar las escenas de sexo, era como una sabana bajo la cual se desplegaban los gemidos, las penetraciones y los falsos orgasmos. Para que este acto completamente animal tuviera algo que nos recordase que no somos simios.

Al terminar la primera película de 30 minutos, siguió otra. La música era casi la misma, los saxofones, te hacían recordar que al final de todo había una búsqueda de romance, un amor perdido. La guitarra funk que daba la sensación de que algo excitante estaba pasando, el bajo y la batería que daban ritmo al movimiento pélvico de los actores.

La música del porno ahora es un género prácticamente extinto. La industria no la pide, a la gente no le gusta que las escenas de sexo tengan más que el sonido de los genitales chocando entre sí.

Pido un segundo de silencio para un género que nunca importó, que nadie premió, del que nadie vivió y al que nadie notó porque al parecer un par de tetas y un pene no necesitan música.

José Carlos Ibáñez Olvera




 
 
 

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