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Alucarda

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  • 23 feb 2018
  • 4 Min. de lectura

"Me juzgarás cruel y egoísta, muy egoísta, pero recuerda que el amor es siempre así.

Cuanto más inmensa es la pasión, más egoísta resulta".

– de “Carmilla”, por Sheridan Le Fanu-

En México existe una larga tradición cinematográfica dentro del género de terror. Momias, hombres lobo, vampiros y demás monstruos conocidos también hacían múltiples apariciones en la pantalla mexicana. La producción de dichas películas seguía más una línea clásica de lo que ya estaba consagrado como “cine de terror” a nivel mundial, haciendo uso de los elementos que funcionaban dentro del género. En las décadas de los sesenta y los setenta, surgieron movimientos transgresores tanto en las artes pláticas, la literatura y el cine. Sin embargo, en el cine nacional la experimentación era un poco más complicada ya que al ser su producción algo que requería de un financiamiento considerable, la libertad se veía mermada por las casas productoras. Las producciones cinematográficas apoyadas en ese entonces solían ser de un contenido social más marcado, por lo que producir una obra de terror había perdido su atractivo. A pesar de esto, dos figuras importantes se abrieron paso en el cine mexicano de terror, ambos marcando un precedente: Carlos Enrique Taboada y Juan López Moctezuma; el primero guionista y director mucho más prolífico que el segundo, pero las obras de ambos alcanzaron el estatus de “culto” entre los amantes del cine de terror en todo el mundo.

Una de las películas que más destacan como de culto, a pesar de ser una obra enormemente imperfecta, es “Alucarda: la hija de las tinieblas” de Moctezuma. Es una cinta que tiene fallas en el guión, en el ritmo, que presenta en ocasiones diálogos exagerados y que para algunos incluso puede llegar a ser ridícula la cantidad de gritos que se presencian a lo largo de la película, pero incluso todo esto forma parte de su encanto. La obra de Moctezuma está notoriamente influenciada por el Movimiento Pánico, del cual llegó a formar parte. Quizá adquiere así más coherencia la explosión de caos, terror, humor y confusión en la cinta.

Moctezuma era un conocedor del género tanto en el cine como en la literatura; eso más el bagaje católico apostólico romano al que era sometido cualquier mexicano de la época, lo llevó a crear una atmósfera cinematográfica que no se había visto antes en el país; una mezcla de elementos que crearon en películas como “La mansión de la locura” y “Alucarda” un entorno de una locura que aspiraba a lo sagrado. Amor lésbico juvenil, adoración a satanás, el yugo de una iglesia más perversa que angelical; todo esto obligó a Moctezuma a buscar el financiamiento para su obra fuera de México, por lo que son filmadas en inglés y posteriormente dobladas al español.

El tema de la religión siempre ha sido complicado en México. A pesar de ser un país profundamente devoto al catolicismo, desde tiempo atrás se luchó por separar enfáticamente, por lo menos ante la ley, religión y estado. Pero eso no le restó poder como el timón de la moralidad para la población en general. En “Alucarda” parece existir una inconformidad con el catolicismo, por momentos las imágenes de un convento que pareció surgir del mismo inframundo (con un estilo gótico poco refinado y muy oscuro y decadente) parece aterrar más que reconfortar. Sus fieles monjas vestidas como cuasi momias, autoflagelan sus espaldas desnudas, al rojo vivo, alrededor del sacerdote que también expone su piel al éxtasis del dolor, con gemidos y expresiones orgiásticos mientras se pronuncia el nombre del mismísimo rey de las tinieblas como el enemigo a vencer, un enemigo que parece más su objeto de ese deseo que reprimen entre sudor y sangre.

Por otro lado está la figura de Justine, una joven que llega al convento, representa la inocencia a punto de ser corrompida de forma brutal por aquellas dos fuerzas que son tomadas como el bien y el mal, Dios y Satanás. Aquí entra Alucarda, una joven que destaca por su extrañeza. Donde todas las jóvenes puras visten de blanco, ella siempre viste de negro. No es recatada, y no teme en rápidamente soltar a Justine, con quien desarrolla una caprichosa amistad, un “Llámame cruel y egoísta, pero el amor es siempre egoísta. No sabes lo celosa que soy. Tienes que amarme hasta la muerte.” Las chicas retozan, se asombran con la naturaleza y hacen pactos creando su propio mundo intocable para aquellas figuras religiosas que intentan mostrarles el “buen camino”.

Entre la histeria constante plagada de gritos desgarradores, puede notarse como se desdibuja en ciertos momentos la línea entre Dios y Satanás. No parecen ser cosas muy distintas. Los rituales plagados de placer, piel, dolor y sangre al rojo vivo se encuentran bajo la figura de un Cristo crucificado, así como en el aquelarre en medio del bosque frente a una especie de sacerdote con una máscara de un macho cabrío.

La película tiene una narrativa accidentada, sí, pero si el espectador se deja llevar terminará en ocasiones asombrado con el impacto visual de algunas escenas y en otras soltando una que otra carcajada en una situación catártica bastante disfrutable. Es de esas películas que incomodan y desconciertan deliciosamente y que no queda más que sumergirse en la carga de estímulos visuales y auditivos que atacan de forma violenta, pero no por ello la experiencia es menos placentera, sino todo lo contrario.


CATALINA CALVO




 
 
 

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